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ISSN 1989-4163

NUMERO 28 - DICIEMBRE 2011

Mejor Púgil que Tahúr

Magdalena Tirado

Autora: Bárbara Darder. Nuevos escritores., 2011. 138 páginas. 12 €

La novela "Mejor púgil que tahúr", destaca por muchas virtudes. Una de ellas es la agilidad narrativa. En sus páginas los sucesos pasan rápidos y antes de darte cuenta ya estás en el final, eso sí, con ganas de volver al comienzo, pues la impresión al llegar a la última frase es que has ido dejando atrás muchos motivos en los que no has podido detenerte arrastrado por una tensión dramática difícil de resistir.

Porque agilidad narrativa no es en ningún caso sinónimo de ligereza en esta novela; la fluidez de la ación discurre en paralelo a momentos de gran profundidad, y Bárbara consigue unir con maestría parejas tan difíciles de casar como acción y profundidad o vida íntima y finanzas. 

Y todo ello se concentra  en Ana, la protagonista de Púgil y Tahúr que como controller revisa las cuentas de la empresa y tiene que mantener a raya varios frentes para no caer en tentaciones, entre las que no podría faltar, claro está, la del soborno.
 
Este es un juego importante en la novela y os invito a hacer un viaje por las páginas del libro, pues estoy segura de que, como lectores de esta historia encontraréis también la posibilidad de cuestionar, no solo a los personajes que pasean por ella, sino a vosotros mismos, que es lo que consiguen siempre los buenos libros. Y en Púgil y tahúr no es fácil dejar de hacerse preguntas, pues somos testigos directos de un mundo lleno de rivalidades entre luchadores y tramposos.

Pero los buenos personajes nunca presentan una sola cara y al lado de estas relaciones depredadoras también está la vida íntima de seres humanos que, con sus aciertos y debilidades, hacen que entremos en el silencio. Ese silencio peculiar al que solo nos llevan las buenas historias.

Tenemos en esta novela palabras que se hacen literatura y que nos acompañan en su silencio a conocernos y reconocernos en otros. La historia no solo mide la lucha de los protagonistas, sino la lucha que también nosotros seríamos capaces de soportar ante nuestras propias elecciones, si tuviéramos que vernos en el papel de Ana.

Elegir no es fácil y esto es algo que la novela de Bárbara nos plantea en muchas ocasiones a lo largo de sus páginas. Porque ¿quién sabe qué haríamos nosotros con aquello que nos desborde? 

Libros como este hacen que al llegar a la última página los cerremos con humildad, pues su travesía nos lleva a cuestionarnos limitaciones y debilidades propias junto con las de los protagonistas.

Y es que los protagonistas de esta novela, además de estar configurados por las fuerzas que los representan, tienen también la capacidad de elevar lo anecdótico a la catagoría de concepto abstracto. Esta elevación de lo anecdótico a la categoría de concepto anstracto es la que permite el paso de lo singular anecdótico e intranscendente a lo general significante. No hay lectura profunda de una intriga si no se lleva a cabo esta operación. Creo que no hay un motivo más elevado que se le pueda pedir a un libro y el de Bárbara lo consigue.

No quiero cerrar esta reseña sin deciros que yo me he preguntado muchas veces lo que es un verdadero novelista y no ha sido fácil responderme. Creo que podría ser una combinación perfecta entre las palabras de dos grandes de la narración. Por un lado, el escritor y profesor de escritura creativa Jonh Gardner, que pone punto final a su ensayo “Para ser novelista” con esta reflexión: 

Por último, el verdadero novelista es el que no renuncia. Escribir novela no es tanto una profesión cuanto un yoga, o «camino», una alternativa a la vida ordinaria. Las recompensas que procura son de cariz casi religioso –un cambio de la mente y del corazón, satisfacciones que nadie que no sea novelista comprende– y, generalmente, sus rigores no proporcionan otra recompensa que no sea la espiritual. Pero a quienes realmente se sienten llamados a esta profesión les bastan las recompensas espirituales”.

Y tras las palabras de Gardner llegan las de Cortazar, que nos habla de la creación literaria y se sirve del juego de la rayuela para mostrar lo que reivindicaba unos párrafos atrás, cuando me refería a elevar lo anecdótico a la  categoría de concepto abstracto. Después de escuchar estas líneas será fácil comprender cómo lo singular anecdótico e intrascendente nos acerca a lo general significante:

“La rayuela se juega con una piedrecita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrecita, un zapato y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrecita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrecita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo, lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrecita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrecita y la punta de un zapato”.

Si en algo insisto siempre a los que quieren acercarse a la escritura es que luchen por su sueño, que resistan a la vez que juegan emborronando folios. Quizá algún día la piedrecita y el zapato se unan para hacernos llegar al cielo y si no llegamos, qué más da. La vida, mientras tanto, seguro que se nos ha hecho mucho más ancha.

Mejor púgil que tahúr

 

 

 

 

 

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